¿Consumir más o mejor? El lado oscuro de la accesibilidad.
En la ya memorable escena de Matrix, donde el agente Smith dialoga con Morpheus atado a una silla, éste le sugiere que los humanos, a diferencia de otros mamíferos, no desarrollan un equilibrio con el entorno que los rodea sino que tienen una lógica de multiplicación y consumo de recursos hasta que estos se agotan. Y es entonces cuando le sugiere que “existe otro organismo en este planeta que sigue el mismo patrón. ¿Sabe cuál es? Un virus”.
Bien, tal vez sea una exageración considerarnos una suerte de virus (o tal vez no), pero hay varios aspectos de nuestra conducta y hábito de consumo de medios (y la creación de nuevas herramientas para ello) que podría asemejarnos a esa idea. Entre ellos la proporcionalidad inversa entre la accesibilidad a un contenido o experiencia y la calidad de ese consumo.
Vayamos atrás en el tiempo, al momento en que cualquier experiencia requería la necesaria presencia y cercanía del emisor y el receptor, cuando aún no existían herramientas que lo intermediaran. Imaginemos un concierto de laúd en el siglo XV. Resulta sencillo estimar que la calidad de esa experiencia decrecía a medida que aumentaba el público presente y uno se encontraba cada vez más lejos del instrumento. Lo mismo ocurre actualmente si imaginamos la calidad de la experiencia en un concierto de Bruce Springsteen. Según nos encontremos en un pequeño teatro, al que tal vez tuvimos la suerte de conseguir entradas, o en la última fila de un predio para 90 mil personas, nuestras dos experiencias serán cualitativamente muy distintas.
Pensemos en el momento en que comenzamos a desarrollar herramientas que posibilitaron la expansión remota de estas experiencias. Ya sea a través de un viejo disco de vinilo, o una cinta magnética, aquello que nos posibilita un mayor acceso a información para los sentidos también adjunta un descenso de calidad (aunque a veces imperceptible) respecto del acto registrado. El fenómeno de la copia, o la copia de la copia, comienza a deteriorar nuestra experiencia. Esto ocurre aún si nuestros sentidos no son capaces de registrar conscientemente la pequeña diferencia.
Concentrémonos por unos minutos en el ejemplo de la música. Los cassettes o CDs expandieron la posibilidad de consumo muy por encima del vinilo. Nos ofreció mayor accesibilidad a través de su costo más reducido. Sin embargo en el camino nuestros oídos perdieron algunos aspectos de la calidad de consumo. Ese “calor” que habitualmente se relaciona al vinilo en oposición al “frío” del cassette o el CD se explica en el rango dinámico relativo, un aspecto técnico que nuestro cerebro no necesita comprender para advertir. Mucho más evidente resulta la comparación si atendemos a lo que sucede con los archivos digitales (mp3 y todos sus derivados), donde la enorme compresión digital se hizo de un mercado gigante al costo de información sonora omitida que debe rellenar por su cuenta nuestro propio cerebro apoyándose en el oído.
Lo mismo podríamos decir respecto de la suerte del universo de la imagen. Así como no es lo mismo observar la Gioconda parado frente a ella que alzando la cabeza detrás de treinta o cuarenta turistas, también el incremento de accesibilidad a la creación y consumo de contenidos visuales (desde las cámaras fotográficas hasta nuestros actuales teléfonos) ha hecho que la calidad de consumo se vea promedialmente afectada. Lo que ganamos teniendo acceso al consumo o producción de millones de imágenes por hora lo perdemos en relación a la calidad de ese consumo. No es que las imágenes de hoy tengan necesariamente menos calidad que las anteriores (aunque en algunos casos la naturaleza de una imagen captada por un teléfono suele ser bastante más plana que la de una cámara reflex), se trata de que las buenas imágenes hoy se ven sepultadas por toneladas de información visual desechable y nos hemos acostumbrado a ello.
Hoy nuestro estándar de consumo al respecto no es una vara muy alta de calidad sino un requerimiento de inmediatez y accesibilidad.
Tengo el fresco recuerdo de estar viendo, unos años atrás, una película recientemente estrenada pero aún no disponible en los cines mi país, descargada mediante una vieja red P2P. Aquella película, disponible en mi laptop horas más tarde de su estreno, fue el producto de alguien filmando torpemente la pantalla de un cine y luego subiendo el material a la red. Cuando puse play sólo pensaba en la maravilla de aquel tiempo (“what a time to be alive!”), que me permitía acceder a ese material con tanta sencillez. En mitad de la película me pregunté por qué me estaba haciendo aquello a mí mismo. ¿Por qué la inmediata accesibilidad fue más valorada por mí que un consumo de calidad medianamente decente?
Aún hoy maltrato mi experiencia leyendo extraños ensayos “gratuitos” en mi Kindle, con incómodos saltos de líneas, inserciones de llamadas en medio del cuerpo del texto o caracteres omitidos. ¿Por qué? Posiblemente porque puedo y porque no me gusta esperar sino acceder. Lo increíble es que he desarrollado una capacidad de adaptación asombrosa a ese consumo de calidad precaria, mi norma actual es leer interpretando estos problemas en los textos.
Otras veces nos encontramos obligados a consumir las noticias del día, con las que podemos tomar contacto en cuestión de segundos, con una actitud de escrutinio agotador. Personalmente me he tenido que transformar, como todos, en una suerte de cirujano de precisión sin otro remedio. El hecho de que se nos presente la posibilidad de un acceso inmediato ha sido campo de orégano para las fake news y sus replicas incontrolables. He sido víctima, como todos, de lamentar incluso muertes que no han ocurrido más que en el dudoso universo del acceso y la inmediatez.
Algo similar, ya que alguna responsabilidad le cabe, ocurre con el desarrollo de nuevos dispositivos, que lógicamente determinan y cambian nuestro hábito. Pasamos de una gran pantalla de varios metros cuadrados en un cine a la pantalla de un televisor, luego al de un laptop y posteriormente al de una tablet o un teléfono. También yo he dedicado, en ocasiones, a leer o ver un video de diez minutos en YouTube (en baja resolución para que su subida y reproducción ocurra con mayor rapidez) en mi teléfono mientras espero un transporte o tengo un tiempo muerto. También yo he recibido alegremente la posibilidad de hablar más de una hora a través de alguna app gratuita con amigos a miles de km de distancia, y lo he hecho aunque eso suponga una conversación entrecortada, con incómodos delays, porque me ofrece a cambio una accesibilidad que nunca antes había tenido.
Con el aumento de accesibilidad hemos reducido nuestra tolerancia a la espera, nuestra paciencia y especialmente nuestra capacidad de atención. Esa es la razón por la que esto mismo que escribo resulte algo extremadamente largo, casi irrespetuosamente extenso, para muchísima gente. Esa es la razón por la que el nuevo canon de comunicación audiovisual (especialmente en RRSS) deba ajustarse a unos pocos minutos. Es también el motivo por el cual, teniendo hoy en nuestros dispositivos el acceso inmediato a casi toda la música del mundo, terminamos recorriendo en círculos las veinte o treinta canciones que nos gustan. Y sobre todo, es también la razón por la que, habiendo más información interesante disponible que nunca jamás en la historia, tomamos cada vez menos contacto con lo nuevo y más contacto con lo ya conocido.
Nada de esto escapa a una realidad equivalente respecto de los vínculos estrictamente sociales. Donde tenemos al alcance de la mano la posibilidad de conectar con ilimitada cantidad de individuos en cualquier lugar del mundo, con el propósito que sea, pero al costo de un debilitamiento en la calidad de interacción con nuestros vínculos más cercanos y tangibles.
Tal vez las preguntas que corresponda hacerse tengan que ver con qué tan al límite de nuestras capacidades de acceso nos encontramos y cuánto camino puede recorrerse aún en la mejora de calidad de estas experiencias. Cuánto bosque nos diluye la experiencia del árbol. Pero sobre todo una revisión de propósitos, de cuánto (o tal vez cómo) queremos lo que queremos, y si realmente lo queremos.
Te invito a seguirnos en Twitter, Facebook e Instagram.
Si te cuelga lo que hacemos, suscribite a nuestra newsletter: Roboto Quincenal, y recibí lo mejor de Amenaza Roboto en tu correo.