El Señor de los Círculos Concéntricos, Episodio III
Y finalmente llevo a su fin esta modesta trilogía de bolsillo, que primero se centró en cómo escribimos, luego en cómo leemos y ahora, finalmente, en el universo cognitivo del lenguaje.
Particularmente con la lengua, entendida como sistema de comunicación verbal y escrita, tendemos a inferir que es el resultado del desarrollo cognitivo que como seres humanos fuimos desplegando a través de años de evolución. Esta relación es, además de lógica, cierta. Pero suele omitir el hecho de que también opera a la inversa, es decir cómo estos sistemas de comunicación también fueron moldeando e influenciando a través de años de evolución nuestros universos cognitivos. Un trabajo lento y silencioso. Así como la roca determina el curso del río, también el río, en su paciente e incesante corriente, moldea a la roca.
Actualmente, y más allá de la dificultad que establece la diferencia entre lenguas y dialectos, más allá de las fronteras difusas entre unas lenguas y otras, se estima por miles la existencia de ellas. Más de 3000 lenguas vivas en el mundo. Muchas de ellas emparentadas entre sí por compartir troncos comunes. Esto presupone también una familiaridad en el esquema cognitivo de quienes la ponen en práctica, no solo se parece aquello que hablan y escriben, también cómo piensan.
La científica cognitiva Lera Boroditsky dio una charla sobre fines del año pasado en la que, entre otras cosas, explicaba estas diferencias y su alcance respecto de cómo, en función de las particularidades de nuestra lengua, concebimos el mundo los seres humanos. Allí, por ejemplo, daba cuenta de una comunidad australiana cuya lengua carece de los conceptos de izquierda y derecha. En vez de esto utilizan los puntos cardinales para cualquier referencia, incluso las más domésticas. Esto -teoriza Boroditsky- ofreció a esta comunidad una capacidad inaudita de orientación en comparación con la que podemos ostentar aquellos que nos desarrollamos cognitivamente en lenguas de raíz indoeuropea.
Algo similar ocurre con otras lenguas donde desaparecen algunos conceptos que nos son familiares a nosotros y afloran otros que nos resultan por completo desconocidos o poco familiares. Tal vez el Extremo Oriente sea un buen ejemplo de ello.
Se le adjudica a Carlomagno la referencia aquella de que tener otra lengua es como poseer un alma más. Estas eran las posibilidades que ofrecía el Siglo VIII de Carlomagno, pero ¿cuántas almas podríamos tener hoy? ¿Las posibilidades actuales expanden los horizontes de nuestros universos cognitivos o simplemente lo fraccionan en su proceso de uniformización?
Conquistadores conquistados
No fue el resultado de una convención internacional de lingüistas, sino el efecto de diversos procesos históricos de la era moderna, lo que ha permitido al Inglés posicionarse como una lengua global. En líneas generales, el mundo acepta esta lengua como la moneda de uso internacional para las transacciones idiomáticas. Al punto que en pocos años ha logrado imponerse también dentro de las fronteras de otras lenguas. Salvo aquellos países que ostentan ser la cuna de una lengua (si es que realmente existe tal cosa) casi todos los demás vivimos utilizando cotidianamente términos en inglés.
Existe un paralelismo interesante entre aquellas naciones que se perciben como cunas de una lengua y aquellas que en algún momento de la historia lograron edificar un imperio. El dibujo es casi el mismo. Tal vez ahí se encuentre la razón de una defensa más aguerrida a los préstamos lingüísticos. En España, por ejemplo, algo tan banal como el PIN de una tarjeta (“Personal Identification Number”) merece batalla, y todos allí se refieren a ello como el “Número secreto”.
De hecho, y ya que estamos en las inmediaciones de Castilla, quizás valga el siguiente recuerdo a cuento de qué tanto importa la lengua en función de cómo pensamos o queremos hacer pensar:
El año 1492 es recordado como el año en que Cristobal Colón llegó a las costas de lo que hoy conocemos como el continente americano. Desde entonces la conquista implicó, además de la apropiación de recursos, la imposición de una cosmovisión y el sometimiento a un orden impuesto a los nativos. Pero 1492 fue también, curiosa o no tan curiosamente, el año en que se publicó el primer tratado de nuestra lengua, la Gramática Castellana, de Antonio de Nebrija. La Reina Isabel no le dio entonces mayor importancia hasta la intermediación del Obispo de Ávila, y en palabras incluidas en una carta del autor a la propia reina decía:
“Después de que Su Alteza haya sometido a bárbaros pueblos y naciones de diversas lenguas, con la conquista vendrá la necesidad de aceptar las leyes que el conquistador impone a los conquistados, y entre ellos nuestro idioma; con esta obra mía, serán capaces de aprenderlo, tal como nosotros aprendemos latín a través de la gramática latina”
Ahora bien, si la corriente de pensamiento que indica que en el futuro reduciremos la variedad de nuestras lenguas a un mínimo, con el Inglés como lengua global dominante (o cualquier otra si lograra imponerse), está en lo cierto: ¿cuántos matices cognitivos desaparecerán también?
New tweet from Carlomagno
A la naturaleza y destino de la lengua podrían sumarse los entornos sensitivos (verbales, visuales, sonoros, etc.) en los que estos se desarrollan. Pongamos como ejemplo las diversas plataformas de comunicación social que vienen emergiendo desde finales del siglo pasado.
Actualmente diversos pensadores y analistas alertan sobre el control en el tráfico de datos y relaciones en eso que dan en llamar “Filtro burbuja”. Estos universos personales y online donde la realidad se circunscribe a decisiones algorítmicas. Estas decisiones interpretan nuestro comportamiento y nos alimentan con más de ello sin que uno pueda incorporar nuevos elementos a la dieta porque, sencillamente, nos dificulta el acceso a ellos, hace un esfuerzo premeditado por omitirlos.
Todos hemos experimentado esto en alguna dimensión y modo. Todos hemos sentido que teníamos ante nuestro universo virtual otras vidas que iban más allá de la segunda que imaginaba Carlomagno con el idioma. ¿Pero qué pasa cuando esas “vidas” solo refuerzan nuestras estructuras cognitivas pre-existentes y además se encargan de vincularnos con aquellos discursos que sean funcionales a ese refuerzo? ¿Seremos el hámster en la rueda jugando a tener un hámster en la rueda? Esto no es algo nuevo, las personas históricamente han sentido inclinación por vincularse desde siempre con aquellas con quienes comparte modelos de pensamiento. Pero los que sí han cambiado son los entornos para favorecer el ingreso de nueva información y, especialmente, el modo en que esta información se expresa, independientemente del rol de emisores o receptores.
¿Cuántas veces, en el correr de un día, pensamos o concluimos sobre algún aspecto en forma de tweet mental no publicado? ¿Cuánto espacio interno y mental le damos a la síntesis concluyente (y preferentemente ingeniosa) al costo de prescindir de miradas propias o ajenas más complejas, de naturaleza más tediosa? Si es correcto el mito de que las personas preferimos “la película al libro” ¿por qué no habríamos de estimar que nos acostumbramos a preferir una lógica similar de pensamiento frente a todo? ¿Por qué no estimar también que nos sentimos más inclinados a sumergirnos en un libro antes que hacerlo en diez? ¿O que diez libros nos ofrecerán siempre una relación más conveniente de calidad/tiempo que veinte?
¿Por qué, cuando el nombre de una persona en un buscador no arroja información, el primer escenario que asoma nuestra mente es que esa persona no existe, y recién luego estimamos la posibilidad de que sea una de esas rara avis sin registros de vida online? ¿Por qué en general no podemos evitar el impulso de subir una imagen a una plataforma para recertificar la experiencia de que “así lo vimos”?
¿Porque podemos? ¿Porque somos seres gregarios? ¿Porque necesitamos ver nuestro reflejo en los demás? ¿Porque quizás ya no sea suficiente con saber que, como planteaba Descartes, uno piensa y en tanto existe, sino que necesitamos la otredad tanto como el aire? Tal vez eso actualmente tampoco alcance, y necesitemos que esa otredad venga acompañada, además y en lo posible, de un sentido de aprobación.
Las respuestas han tenido, históricamente, mayor publicidad que las preguntas. Cientas, tal vez miles de personas, se han parado sobre un cajón de verduras en una plaza a gritar que tenían respuestas. No son muchos los casos de éxito en que alguien llamó la atención de los transeúntes con preguntas, a menos que estas fuesen retóricas. Creo que no podemos culparnos por eso, pero en el entendido de que han sido las preguntas quienes han operado siempre como motor evolutivo quizás no vendría mal reconocer que parecemos querer profundizar ese vicio más que despojarnos de él.
No resistir el archivo
Hemos diseñado un mundo que celebra el culto a nuestra propia capacidad de archivo y también a la idea de “resistir” éste. Como si lo opuesto, cambiar de idea y confrontarse con ellas, no fuese lo único que nos ha traído hasta aquí. Donde pareciera que la coherencia es un concepto con valor per se y un cambio cognitivo ameritara una previa sospecha, o al menos el señalamiento ad infinitum de aquello que fue hasta dicho punto; pero en pocos casos bienvenido.
Las redes sociales se desarrollaron exponencialmente gracias a jóvenes y adolescentes, muchos de los cuales hoy somos adultos. Quizás esto no sea casual ya que justamente durante la adolescencia, por lo general, ocurren grandes cambios estructurales a nivel cognitivo. En la adolescencia se introducen varias coordenadas de timón para lo que luego será el recorrido. No es posible que la energía de ese combustible no se apague con el tiempo, a eso llamamos envejecer. Pero quizás con frecuencia olvidemos llevarnos con nosotros un aspecto valioso de ella y que sólo responde a una elección: el recurso no agotable de la capacidad para cuestionarnos y re-fundarnos.
Tampoco creo que podamos culparnos demasiado por esto último. La vida de los seres humanos muchas veces es lo suficientemente hostil como para que no intentemos buscar el refugio de un orden, ya sea impuesto o creado por uno mismo. Pero de pronto tenemos que reconocer que resultará un viaje más conservador y monótono. Que reconocer algunas trampas en el camino del pensamiento quizás nos pueda dejar a la intemperie, sí, con miedo y frío, pero conscientes de ellas. Sobre todo aquellas que nos indican que nuestros cambios tienen validez pero los del resto responden a alguna clase de error que nosotros, a diferencia de ellos, sí podemos advertir.
Personalmente confieso que prefiero dudar de mí mismo primero, no por falta de autoestima sino por una mera razón estadística: he estado equivocado muchísimas veces en mi vida como para darme un cheque en blanco por el mero accidente de vivir conmigo mismo.
Entonces me pregunto cómo estructuro mi pensamiento, si busco contrastarlo o simplemente el calor reconfortante del refuerzo. Si me rodeo de escenarios que promueven una cosa o la otra. Si soy consciente de ello cuando lo hago. Si parto por reconocer que como parte de un entramado social estoy condicionado, me guste o no, y que desde ahí puedo empezar el desafío de intentar distinguir qué es mío y qué no.
Sé que, si llego a viejo, me gustaría hacerlo con más preguntas que respuestas. Con la disposición lo más intacta posible al cambio y el asombro. Recordando que todo pensamiento es provisorio. Si un día siento que logré ordenar el mundo, que los velos y telones de la vida ya han caído para mí, que frente a cada cuestionamiento sabré dónde pararme, también sabré que habré fallado.
Salvador Banchero
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